Artículos de Prensa

Escrache, debate y bendición en el BuqueBus

Diario EL Cronista Comercial
por: Alejandro González Escudero

Presidente de FUNDECOS Fundación Economía y Sociedad.

Escrache, debate y bendición en el BuqueBus

A mi prima Rosa, española radicada en Holanda, le propuse conocer Colonia. Recorrimos la Ciudad y también visitamos a mi amigo Alberto, a quien la mujer le tiene prohibido hablar de Cristina Kirchner para que “no se ponga mal”. La charla política fue inevitable.

Al regresar, mientras esperábamos para embarcar hacia Buenos Aires, lo vi pasar a Axel Kicillof, jugando con sus hijos. Me sorprendió favorablemente verlo con la familia, sin custodia, mezclado con los demás pasajeros. Pensé en presentárselo a mi prima y mostrarle que en la Argentina una de las principales figuras del gobierno anda tranquilamente entre la gente, al estilo de los líderes políticos de países como Holanda, es decir, como en el Primer Mundo. Pero no pude hacerlo.

A poco de empezar el viaje comenzó el “escrache”. El pequeño barco pareció transformarse en uno de nuestros estadios de fútbol y sus pasajeros se convirtieron en hinchas enardecidos. Los “barras” de la plataforma superior, que balconea sobre los asientos de la planta baja, gritaban como si estuvieran insultando a un árbitro que cobra una falta inmerecida. Los de abajo también pedían “que se vaya”, algo difícil de concretar porque el buque ya había zarpado. Los pasajeros del sector turista y de la primera clase se mezclaban, subían y bajaban a los gritos.

Una señora mayor danesa se puso a llorar, temerosa de que los gritos fueran consecuencia de un problema en la nave. Hubo que explicarle qué es un escrache. No entendió mucho, pero al menos se tranquilizó porque el naufragio no sería inminente. Mi prima decidió interpelar a uno de los más enardecidos, señalándole que esa no es la forma de proceder porque habían asustado a los hijos de Axel y que deberían haberles evitado esa desagradable situación.

En ese momento comenzó la discusión acalorada sobre si está bien o está mal hacer un escrache, y si se podía diferenciar unos de otros, es decir, algunas personas podrían ser merecedoras del escrache y otras no. En su apoyo, dije que cualquiera fuera el destinatario, todo escrache era ni más ni menos que una manifestación fascista. Irónicamente, en ese corrillo terminé siendo “el que defiende al gobierno”. Cuando Axel y su familia estaban en la cabina del capitán, los enfervorizados empezaron a calmarse y la discusión se transformó en debate. En un momento aparece un cura polaco interesado en saber quién es Kicillof.

En forma un tanto rudimentaria, le dijeron que es uno de los economistas con mayor peso del gobierno y que tiene o tenía ideas marxistas. El sacerdote, vestido de calle pero rápido de reflejos para promover su religión, comenzó a explicarnos cómo en su país natal, la sólida fe católica del pueblo polaco logró evitar la peor cara del régimen soviético, que sí se sufrió en otros países de ese bloque.

El catolicismo, entonces, es un buen freno ante los gobiernos marxistas. Después, un pasajero dijo que el escrache a Kicillof era una manifestación antisemita. Otro le contestó que no, porque él era de la misma religión y estaba protestando por causas estrictamente de política económica. No faltaron las especulaciones acerca de si está manifestación de la “barra del Buquebus” le haría ver que la gente está disgustada con las medidas del gobierno o si, por el contrario, las endurecería. Alguien señaló que una consecuencia negativa podría ser que Axel reemplazase un democrático viaje en un alíscafo de línea por un jet privado y rodeado de custodios, como lo hacen algunos funcionarios.

Otro proponía agregarle el episodio a su laudatoria página en Wikipedia. Obviamente nadie le pudo preguntar qué hará en el futuro. A esta altura ya se veían las luces de la Dársena Norte del Puerto de Buenos Aires y recién entonces algunos comprobaron que con toda la discusión se habían olvidado de pasar por el free shop. Quitándole un poco de dramatismo al episodio, bien podría haber inspirado a un sucesor de Fellini. Como broche de este viaje, sin duda inolvidable, se nos ocurrió pedirle al cura una bendición final. Extrañado un poco al principio, accedió contento.

Algo de paz después de tanto enojo. Mi prima quedó sorprendida por el viaje que le tocó vivir. Mientras tanto yo pensaba en la economía de nuestro país, lo que somos y lo que nos interesa. Y como en muchas otras ocasiones a lo largo de las últimas décadas, con políticas que cambian con demasiada frecuencia, funcionarios soberbios que van y vienen, incertidumbres y conflictos, solo se me ocurrió hacer un pedido: ¡Qué Dios nos ayude!

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