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Diario EL Cronista Comercial
por: Alejandro González Escudero

Por qué la política argentina prefiere el default

Lo que ocurrió en los últimos meses con el asunto del cupón atado al crecimiento del PBI se recordará por mucho tiempo. Releyendo los informes de diez de los principales asesores bursátiles del país y del exterior, todos recomendaban comprar o mantener en cartera los cupones atados al crecimiento del país. Ninguno, en esta muestra, aconsejó vender. Y la recomendación era totalmente racional: Con anuncios preliminares por parte del INDEC (ya en su nueva etapa) que mostraban un crecimiento para la economía del país del 4,9% para el 2013, resultaba prácticamente imposible que los ajustes técnicos finales pudieran llevarlo a menos del 3,22%. Debajo de ese valor de crecimiento, no se paga el cupón. Por encima sí. En consecuencia, el valor de esos títulos creció porque empezó a descontarse que tendrían un pago seguro a fin de año. La decisión de comprar o mantener esos títulos no fue especulativa sino simplemente racional, basada en la información que el propio gobierno brindó hasta último momento. El problema de muchos modelos de toma de decisiones basados en la racionalidad es que no consideran la conducta de los jugadores oportunistas, que buscan obtener ventajas distorsionando la información o aprovechándose de la confianza de los demás. El famoso dilema del prisionero en la teoría de los juegos lo mostró hace ya varias décadas. Allí, el jugador oportunista saca ventaja abusando del confiado, pero gana una vez: el defraudado rehúye volver a jugar con quien antes lo defraudó.

En el corto plazo el oportunista gana y el confiado pierde, pero en el largo plazo también pierde el oportunista porque no vuelve a jugar. El gobierno ha usado al INDEC desde el 2007 en adelante para sacar ventajas en su juego con los tenedores de títulos de deuda argentinos. Muchas veces en privado (pocas en público) Néstor Kirchner y Guillermo Moreno se ufanaron de que la intervención del INDEC y la distorsión del índice de precios al consumidor se hacía para bajar el valor de los títulos de deuda ajustables por inflación y así pagar menos. Entiéndase bien: son los títulos que se dieron después del default del 2001, donde algunos acreedores sufrieron quitas del 66%. Las estimaciones sobre cuánto representa en la deuda pública esa distorsión superan los u$s 30 mil millones, que el gobierno le quitó a sus acreedores disminuyendo ficticiamente la inflación. Algunos llamaron a esto un default dentro de otro default. El INDEC volvió a dar un servicio similar durante este año. Anunció crecimientos de la economía altos, denostó a quienes decían que el crecimiento real era menor (hablaron de mentiras pseudocientíficas), pero finalmente acomodó el número para crecer algo, justo hasta el límite después del cual hay que pagar el cupón.

Como si el jefe del INDEC dijera cuánto quiere que de el crecimiento del PBI. Y algo así parece haber ocurrido. Un ex ministro de Economía de este gobierno, hoy opositor, reconoció en un programa periodístico que le parecía muy bien que la Presidenta haya fijado el crecimiento de la economía del país en un porcentaje que evita pagar el cupón, aceptando que el gobierno manipule las estadísticas que deben ser objetivas. El Jefe de Gabinete sepultó las últimas expectativas de que ajustando la base de cálculo, como dice qué hará el gobierno, corresponda pagar el cupón. No se pagará, dijo. Los economistas de la oposición insistieron en que debía cambiarse el dato del crecimiento del PBI para no pagar el cupón y hacer con ese dinero más asistencia social. Nada dijeron acerca de ajustar el índice de precios al consumidor antiguo y poner en su valor real la deuda pública. Les hicieron caso. Ambos, políticos del oficialismo y de la oposición, terminan celebrando algo que en un entorno más serio debería ser una catástrofe: descubrir que la economía en vez de crecer un 4,9% lo hizo un 3%. En verdad festejan que no se paga una deuda. Casi como en aquella inolvidable sesión del congreso en 2001 cuando todos aplaudieron el default.

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